jueves, 2 de mayo de 2013

Azúcar, flores y pocos colores...

Después de muchas y variadas experiencias vividas en la Escuela, llegó el día de “emperifollar” (o acicalar) la máscara de yeso que habíamos hecho semanas antes. Nos sentamos en grupo alrededor de una mesa colmada de pinceles y temperas. Fue realmente como volver a mi niñez, en todos y en cualquier otro lugar habría esperado hacer algo así, pero menos en la Universidad. El volver a sentirme niño, el retornar a mi origen y añorar los tiempos en que dibujaba y pintaba pequeñas “obras de arte” que eran reflejo de mi infantil e inocente mente, las cuales una vez terminadas procedía a correr eufórico a los brazos de mi madre para recibir su aprobación, tal así llego mi fascinación por el arte cuando niño que en una ocasión organicé una pequeña exposición en el patio de mi casa con mis obras e invite a familiares y vecinos.

Y a pesar de que siempre me gusto pintar y dibujar, al tiempo de entrar al colegio me di cuenta que no era bueno en eso, sobre todo por las notas que me fueron poniendo en Artes Visuales.

Una vez más me hallaba retomando una antigua pasión para la que nunca fui bueno. La profesora Erna nos dijo que debíamos pintar la máscara de manera que tuviera un significancia especial y que a su vez nos representara de alguna manera. Algo que me represente… algo que me represente… Siempre he creído en la dualidad del ser humano, en el sentido de que nadie es cien por ciento bueno, ni cien por ciento malo, dentro de nosotros existe una constante lucha entre el bien y el mal que se complementan mutuamente (no hay bien sin mal, ni mal sin bien). ¿Pero qué es el bien y qué es el mal? Difícil pregunta que se contesta según la realidad y las valoraciones socioculturales que se les hace a estas palabras. Eso era lo que más me hacía sentido en ese instante,  así que ¡manos a la obra! Al puro estilo de “yin y yang” dividí la máscara en dos y me puse a representar mi dualidad interna en ella, sin categorizar una lado como “bueno” o “malo”, si no como opuestos y complementarios entre si.

Según yo (y con humildad lo digo) la idea se veía excelente en mi mente, pero al plasmarlo a través de las temperas confirmé una vez más que no tengo talento para esto. Al no quedar conforme con mi trabajo, lo continué en mi casa. Lo bañe en tempera blanca y sin mucha creatividad (sí, lo admito) hice un simple yin y yang. Sin duda mi idea anterior era más original, pero el fondo era lo mismo y ese era el verdadero sentido y significado para mí… lo demás son simples decoraciones, colores y parafernalia.





Ese era mi fiel reflejo, ese mero pedazo de yeso, que encajaba y se complementaba a la perfección con mi cara. Cual yin se complementa con el yang según los antiguos Taoístas. Cambio y Fuera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario