Después de muchas y variadas experiencias vividas en la
Escuela, llegó el día de “emperifollar” (o acicalar) la máscara de yeso que
habíamos hecho semanas antes. Nos sentamos en grupo alrededor de una mesa
colmada de pinceles y temperas. Fue realmente como volver a mi niñez, en todos
y en cualquier otro lugar habría esperado hacer algo así, pero menos en la
Universidad. El volver a sentirme niño, el retornar a mi origen y añorar los tiempos
en que dibujaba y pintaba pequeñas “obras de arte” que eran reflejo de mi
infantil e inocente mente, las cuales una vez terminadas procedía a correr eufórico a los
brazos de mi madre para recibir su aprobación, tal así llego mi fascinación por
el arte cuando niño que en una ocasión organicé una pequeña exposición en el
patio de mi casa con mis obras e invite a familiares y vecinos.
Y a pesar de que siempre me gusto pintar y dibujar, al
tiempo de entrar al colegio me di cuenta que no era bueno en eso, sobre todo
por las notas que me fueron poniendo en Artes Visuales.
Una vez más me hallaba retomando una antigua pasión para la
que nunca fui bueno. La profesora Erna nos dijo que debíamos pintar la máscara
de manera que tuviera un significancia especial y que a su vez nos representara de
alguna manera. Algo que me represente… algo que me represente… Siempre he creído
en la dualidad del ser humano, en el sentido de que nadie es cien por ciento
bueno, ni cien por ciento malo, dentro de nosotros existe una constante lucha entre
el bien y el mal que se complementan mutuamente (no hay bien sin mal, ni mal
sin bien). ¿Pero qué es el bien y qué es el mal? Difícil pregunta que se
contesta según la realidad y las valoraciones socioculturales que se les hace a
estas palabras. Eso era lo que más me hacía sentido en ese instante, así que ¡manos a la obra! Al puro estilo de
“yin y yang” dividí la máscara en dos y me puse a representar mi dualidad
interna en ella, sin categorizar una lado como “bueno” o “malo”, si no como
opuestos y complementarios entre si.
Según yo (y con humildad lo digo) la idea se veía excelente en mi mente, pero al plasmarlo a través de las temperas confirmé una vez más que no tengo talento para
esto. Al no quedar conforme con mi trabajo, lo continué en mi casa. Lo bañe en tempera blanca y sin mucha creatividad (sí, lo admito) hice un simple yin y
yang. Sin duda mi idea anterior era más original, pero el fondo era lo mismo y
ese era el verdadero sentido y significado para mí… lo demás son simples decoraciones,
colores y parafernalia.
Ese era mi fiel reflejo, ese mero pedazo de yeso, que
encajaba y se complementaba a la perfección con mi cara. Cual yin se
complementa con el yang según los antiguos Taoístas. Cambio y Fuera.
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